martes, 8 de febrero de 2011

LA MUERTE VA A CLASE

Antígona en la Atenas suramericana

Por ALBERTO SUPELANO

Profesor Universidad Nacional.

Definitivamente son estos otros tiempos. Oscuros tiempos encallecidos. Aparte del rector de la Universidad Nacional, no hubo que se sepa, ningún pronunciamiento colectivo del profesorado en torno a la muerte de un estudiante en predios de la universidad. Terrible que ya las protestas de los profesores solo sean por problemas salariales. No sabemos mucho sobre el muerto, si era personaje nefasto como lo anuncia la Leyenda negra o un hombre libertario. Sea como fuere, resulta abominable que a la universidad entre la muerte con su traje de sicario, quebrando un campo simbólico de paz y de civilidad.

M

ataron Humberto, Mataron al Duce. La universidad fue desalojada pero allí se celebró su fune­ral: Sófocles habla de nosotros. Persiguiendo la esperanza evadimos la tragedia: la esperanza se trueca en tragedia. Pero huérfanos de mitos auténticos, el sentimiento trágico no proporciona sentido a nuestras vidas; solo tenemos noticias y estadísticas: un asesinato mas por un sicario mas. Y, sin advertirlo, los medios justifican asesinatos y sicarios. Perdimos el asombro y nada nos conmueve: las cifras son objetivas, distantes, lejanas. Los males ajenos compensan nuestra mísera existencia, también venden periódicos, revistas y noticieros. Esperando apenas que esos males no sean propios, renunciamos a la esperanza. En nuestra Universidad Nacional mataron por la espalda a un joven que creía en la esperanza y expresaba sus ideas de frente y con franqueza, y por ser joven y por ser franco también con rudeza. Quien mato a Humberto, lo mato por sus ideas, porque se oponía a verdades efímeras y vanas. Quien silenció su palabra, que el Duce a veces usaba como arma, solo escucha el estruendo de las armas. Sordo, no tuvo el don de escuchar el mensaje del corazón. George Steiner, maestro de lectura, duda de que Edipo sea tan universal como Antígona. La historia, como se la enseño su padre, le da la razón. Polinice mato a su hermano: Eteocles que también mato a su herma­no: Polinice. Estas muertes son el legado de su padre. Edipo había matado también a su padre: Layo. "Los pecados de los padres recaerán sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian", dice otro mito antiguo, el de la Biblia.

Mas que por la economía, la sociología o la política; mas que por la falta de modernidad, la modernidad trunca o tardía, mas que por la carencia de acciones comunicativas, la muerte de Humberto es iluminada por la tragedia: "Primero vino el adulterio de Tiestes; luego la matanza de los tres hijos de Tiestes por Atreo, quien se los dio a comer a Tiestes en un festín para hacer la paz. Luego el asesinato del hijo de Atreo, Agamenón, por el hijo de Tiestes, Egisto: (después...) el asesinato de Egisto y Clitemnestra por Orestes..." Somos criaturas y creadores de esta historia, de una tragedia de odio y destrucción que se propaga a través de las generaciones. Fruto del genocidio de nuestros padres americanos por nuestros padres europeos, descendemos de la guerra entre hermanos. Leve cambio de guion, cambian los nombres: Sucre, Uribe Uribe, Bravo Páez, el abuelo Arcadio Gaitán; los 200 ó 300 mil de la violencia: Guadalupe Salcedo; Efraín González; Larrota, Camilo, Cortés o Pedro Vásquez; Galán: Pardo, Calvo, Pizarro. Jaramillo o Antequera. Actores de una locura que se representa día a día en la Grecia suramericana. Gregory Bateson nos pregunta: "¿Que sucede en la generación intermedio de la casa de Atreo? Respuesta: "Viven en un universo enloquecido. Desde el punto de vista de quienes comenzaron la perturbación la palabra. Si hoy callara me sentiría avergonzado. No podría pasear por los campos universitarios y mirar de frente a mis estudiantes y maestros. La universidad debe recuperar la función ori­ginal de la palabra. No conocí a Humberto; la universidad esta cercada, no tanto por la malla como por nuestro espíritu estrecho. Tampoco conocí sus ideas y sus acciones. Quizá las habría reprochado, quizá no, o por lo menos no todas. No soy tan joven y acaso no tan rudo. Pero fui joven, aun no he perdido la memoria y me no es tan enloquecido; saben lo que sucedió y como llegaron a ello. Pero quienes estaban en los peldaños inferiores, que no habían presenciado los orígenes, se encontraron viviendo en un universo enloquecido, y se encontraron, a si mismos en la locura, precisamente porque no sabían como habían llegado hasta allí". ¿Cual es nuestra respuesta, tendremos acaso el valor de preguntarnos por que murió Humberto? Confieso que no conozco la respuesta, pero hago pública la pregunta. Aprecio el silencio pero conozco el valor de sigue gustando la franqueza. Compartí sus esperanzas: me repugna el poder de los hombres sobre los hombres, pero conozco el drama, los hombres buscan el poder y las armas para acabar con el poder y con las armas: se que Kropotkin no es Netchaiev, que hay Herzen y Lenin o Weissman y Begin. Tambien he aprendido que el poder no se posee sino que se concede, y no me es fácil concederlo. Aquí, los anarquistas fueron más lucidos que los marxistas: la revolución política llevo a la dictadura totalitaria del partido. "El poder corrompe, el po-der absoluto corrompe de modo absoluto". Respeto la coherencia entre las ideas y las acciones de Humberto: su negativa a formar parte del Consejo Universitario. Fortaleza y debilidad del anarquismo: el poder solo entiende el poder. Utopía y poesía son exterminadas por la critica de las armas, como en Rusia y en España.

Menos joven, no sé si esperanza y tragedia sean conciliables ni si la comprensión y la tolerancia puedan conciliarlas. Pero creo que la vida tiene sentido al intentarlo y que la libertad nos condena a decidir y a equivocarnos.

Desalojar la universidad, impedir el funeral. En sana lógica, habría que desalojar todo el país. La indignación me inducia a ser severo con nuestra dirección universitaria: quien conoce los mitos, debería conocer la importancia dc los ritos funerarios. Las leyes de los hombres no preceden a las leyes de los dioses. Después comprendí que las Antígonas necesitan los Creontes. El dolor del rector atenuó mi furia, no mis dudas; en cambio, las lágrimas de su hija apaciguaron mi alma. Antígona volvía de nuevo a celebrar el ritual en la Atenas de Suramérica. Tal vez nuestros hijos alteren nuestra historia. Confío más en nuestras hijas; no es su naturaleza la que se expresa con las armas: es nuestro legado, y también podemos legar amor, como siempre han hecho nuestras madres, nuestras hermanas, nuestras mujeres. Los funerales pueden contrariar la ley de los hombres y causar tumultos. También se celebran por amor y con amor. Y en nuestra universidad, con música del Caribe. Pero los jóvenes aun no están en paz: sus padres aun no perdonan a los suyos, no han recibido ejemplo de sus mayores.

Bogotá. Magazín Dominical, Diario El Espectador. No 634. 9 de julio de 1995. pp. 12-13.